La naturaleza multidimensional de la música (cognitiva, afectiva, social y espiritual) ha sido ampliamente reconocida desde tiempos remotos por las civilizaciones más prestigiosas de la historia. Diversos estudios, afirman que la música tiene un efecto positivo en el desarrollo cerebral de los niños, proporcionando experiencias gratificantes y satisfactorias, además de un mayor rendimiento intelectual y capacidad cognitiva. Creer que la música es solo para los que tienen aptitud, es privar a la mayoría de los seres humanos de la profunda y cautivante posibilidad de expresarse a través de ella.

 

La música incentiva en el niño habilidades sociales como la del trabajo cooperativo, por ejemplo al ejecutar una canción, una ronda o un instrumento en un conjunto vocal o en una orquesta rítmica. Al mismo tiempo desarrolla ampliamente la autoestima, que sabemos favorece el desarrollo de los aspectos cognitivos, afectivos y conductuales, que son la meta del proceso educativo.

Mejora la capacidad de escucha y la atención, ejercitando la memoria y la memoria auditiva, habilidad que acompañará a los niños para siempre.

La música desarrolla el lenguaje, el vocabulario y la lógica motriz, a través de los desplazamientos en el juego mejorando la capacidad para resolver problemas matemáticos y de razonamiento complejo.

También desarrolla los afectos y emociones, al tiempo que sirve de estímulo para la creatividad y la imaginación.

Al combinarse con el baile, estimula los sentidos, el equilibrio, y el desarrollo muscular.

Si son sistematizados, bien secuenciados, dirigidos pedagógicamente y utilizando recursos adecuados, todos estos aspectos proporcionan un desarrollo efectivo de las habilidades motoras y senso-perceptivas en el alumno, además de la propia formación musical que recibe.

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